Cuestiones y horizontes de la dependencia histórico-estructural a la colonialidad/descolonialidad del poder

Martes, Octubre 20, 2015

Cuestiones y horizontes de la dependencia histórico-estructural a la colonialidad/descolonialidad del poder

El pensamiento de Aníbal Quijano es un cuestionamiento incesante a América Latina, al mundo y a las relaciones de poder que le dan a este un carácter de totalidad y a nuestro continente y a nuestros países sus específicas y conflictivas identidades. Su particular modo de ubicarse en el mundo y en los más diversos debates teóricos, políticos y estéticos, le permitió a Quijano, hace ya más de dos décadas, desvelar el núcleo básico sobre el cual se ha venido articulando la existencia social global a lo largo de los últimos 500 años: la clasificación de la población mundial mediante la noción de raza, proceso de legitimación y naturalización de las relaciones de dominación iniciado con la colonización de América Latina y estrechamente interrelacionado con la articulación en torno al capital y al mercado mundial de todas las formas históricas de control del trabajo, sus recursos y productos. Que la noción de raza persistiera como principal forma de dominación tras la independencia de América, que transcendiera el momento histórico que le dio origen, hizo necesario que Quijano cuñara el neologismo “colonialidad del poder” a finales de la década del ochenta.

 La colonialidad del poder condiciona la enteraexistencia social de las gentes de todo el mundo, ya que la racialización delimita de modo decisivo la ubicación de cada persona y cada pueblo en las relaciones de poder globales. Pero es en América, en América Latina sobre todo, que su cristalización se hace más evidente y traumática, puesto que aquí la diferenciación racial entre “indios”,“negros”, “blancos”, y “mestizos” ocurre al interior de cada país. Encarnamos la paradoja de ser Estados-nación modernos e independientes y, al mismo tiempo, sociedades coloniales, en dónde toda reivindicación de democratización ha sido violentamente resistida por las élites “blancas”.

Y dentro de América, Perú tiene una historia política e intelectual particular. Su Independenciasu puso un aislamiento acentuado del mercado mundial, al cual los terratenientes respondieron sometiendo los “indios” a las formas más opresivas de servidumbre. La entrada al país del capital monopólico internacional a finales del siglo XIX expandió la servidumbre “indígena”, suponiendo, además, una relativamente estable alianza entre la clase terrateniente-comercial y la incipiente burguesía, articuladas a la burguesía internacional. De esta forma, no podría haber sido casual que el genio de José Carlos Mariátegui tuviera su ocasión en el Perú de los años veinte. Deslindándose de la eurocéntrica visión unilineal que condicionó a sus contemporáneos, Mariátegui adelantó en décadas la investigación social latinoamericana al comprender nuestras sociedades, la peruana en particular, como un heterogéneo ensamblaje histórico, en el cual formas capitalistas y no capitalistas de organización de la producción se articulaban alrededor del capitalismo monopólico, ocupando la diferenciación racial entre “indios” y “blancos” un lugar basal en estas relaciones. Tampoco podría ser casual que fuera en el Perú que una sensibilidad como la de José María Arguedas se debatiera del modo más desgarrador y vital en la tarea
de subvertir estéticamente este nudo racial que nos ata en tanto continente.

 Las reflexiones de Aníbal Quijano se entrañan con la historia y el debate intelectual de su país, de los cuales es uno de los más rigurosos y originales intérpretes. La “colonialidad / descolonialidad del poder”, los términos que condensan el momento actual de su pensamiento, tienen, de esta forma, densidades históricas, intelectuales y estéticas específicas. Esta antología apunta hacia ellas, comprendiéndose como un aporte a un debate colectivo sobre la obra de Quijano en su integridad. La evidente importancia de ello para todo pensamiento y práctica liberadoras se ve aumentadaen la medida en que la noción de “colonialidad” viene siendo, a nivel mundial, frecuentemente expropiada con poco conocimiento o respeto hacia la historia y los debates que la han constituido, por veces por intelectuales con trayectoria consolidadas pero distantes a la de Quijano.

Pero tal expropiación no es más que la contracara, seguramente inevitable, de una obra de enorme amplitud y profundidad que originaliza nuestro presente y horizontes de futuro. Un pensamiento que permite encontrar sentidos a una heterogeneidad de experiencias intelectuales, políticas y estéticas que aspiran a comprenderse en un período cuyo imaginario histórico ha sido finalmente aplanado por el eurocentrismo, en un proceso de larga duración de control de la intersubjetividad global que emergió con el capitalismo colonial global.

El debate sobre la obra de Quijano, iniciado en la década del sesenta, se ensanchó ampliamente tras su teorización de la colonialidad del poder –divulgada en conferencias y seminarios desde finales de la década del ochenta, y de forma escrita desde “Colonialidad y Modernidad / Racionalidad”, texto de 1992–, adquiriendo una posición central en toda reflexión crítica sobre América y el Caribe y un interés creciente desde África, Asia y Europa.

Los reconocimientos a su trayectoria intelectual son numerosos. Ha recibido distinciones y títulos de doctor Honoris Causa en algunas de las más prestigiosas universidades del continente. Fue conferencista y profesor invitado en decenas de universidades y centros académicos de todo el mundo. Ha sido profesor en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos hasta dimitirse en 1995 como protesta a su invasión por el ejército del gobierno fujimorista. Desde 1986es profesor de la Universidad de Binghamton, Nueva York. En el 2010 funda y desde entonces dirige la Cátedra América Latina y la Colonialidad del Poder, en la Universidad Ricardo Palma, en Lima, ciudad donde ha residido desde la década del cuarenta, a excepción de dos períodos en Santiago de Chile, el último de ellos entre 1965 y 1971, como investigador de la División de Asuntos Sociales de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) y de su obligado año de exilio en 1974, cuando fue profesor en la Universidad Nacional Autónoma de México.

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